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jueves, 29 de diciembre de 2011

ALBARRACIN: La Torre de Doña Blanca


LA TORRE DE DOÑA BLANCA:

En el extremo sur del peñón en que se asienta la Ciudad de Albarracín, junto a la antigua iglesia de Santa María, se alza un grueso y cuadrado torreón. El pueblo le llama "La Torre de Doña Blanca". Ésta torre fue, sin duda, una pequeña fortaleza destinada a vigilar, primeramente, a la mozarabia de la ciudad, situada junto a la sobredicha iglesia, como luego vigiló los movimientos de la judería, que ocupaba el "Campo de San Juan".

En torno a la torre, el peñón se estrecha, y a sus pies, en profundo cauce, discurre el río Guadalaviar, aprisionado por las rocas y por los vallados de pequeños huertecillos. Al otro lado del río, la ingente masa rocosa vuelve a alzarse para dominar desde elevadas cumbres la ciudad, el río y los huertecillos.

Pero la torre de Doña Blanca, guarda entre sus muros, al decir de las gentes, el misterio evocador de la figura triste de una joven infanta aragonesa. Porque Doña Blanca era hermana menor de un príncipe heredero del trono de Aragón. Era una joven ingenua, casta y sencilla, por cuyas prendas no sólo sus padres, los monarcas, sino también toda la nobleza de estos reinos, la idolatraban. Pero la esposa del futuro rey, por la más vergonzosa envidia, la odiaba tenaz y sañudamente.

Y así ocurrió que, al morir el rey, los nobles aclamaron al príncipe heredero, y aquella mujer, que tanto odiaba a Doña Blanca, quedó constituida reina de Aragón. La joven infanta se acogió al lado de su madre, la reina viuda, pero fueron los mismos nobles quienes la aconsejaron que huyera de estos reinos para salvar su vida, refugiándose en la corte de sus deudos los reyes de Castilla.

Y sucedió que un día, de paso para Castilla, llegó a Albarracín, acompañada de algunas dueñas y de pocos caballeros, la desgraciada infanta aragonesa. La acogida que a Doña Blanca le dispensó Albarracín fue muy cordial, por cuanto que hasta aquí había llegado la fama de sus virtudes y la noticia de los odios de la reina. La ciudad entera presenció el paso de la vistosa comitiva con sus jinetes y sus escuderos por las calles tortuosas hasta llegar a los palacios de Azagra, Señor de Albarracín, donde se hospedó la joven infortunada. Consigo traía, en cofres forrados de cuero y guarnecidos de hierro, todos sus tesoros de joyas valiosas y preciadas telas. No era bien dejar todo esto en Aragón.

Pasó un día y otro día, y las gentes esperaban con impaciencia poder contemplar de nuevo el rostro de Doña Blanca y ver su lucida comitiva, al menos, cuando dejara la corte de los Azagra para continuar su viaje hacia Castilla. Mas el tiempo pasó... y las dueñas y los caballeros que habían acompañado a la infanta aragonesa emprendieron un día su regreso hacia tierras de Aragón; pero a Doña Blanca... ya nadie la vio jamás.

El pueblo, lleno de sorpresa y admiración, empezó a pensar que la joven había muerto llena de tristeza por su doloroso destierro, y que había sido sepultada secretamente en el famoso torreón que había de llevar su nombre en adelante. Mas nadie supo jamás lo sucedido, porque las gentes de la casa de Azagra y los nobles de la ciudad guardaron el secreto cuidadosamente.

Desde entonces, en todo plenilunio estival, cuando los próximos peñascos recogen el eco de la campana que suena la hora de la media noche, las gentes de Albarracín cuentan que se puede ver salir de la Torre de Doña Blanca una sombra clara, como de rayo de luna, a la manera de la figura de una mujer de blancas y holgada vestiduras que va descendiendo lentamente por los escarpes de la roca, como si fueran los peldaños de un palacio encantado, hasta llegar a los huertecillos y luego al río, en cuyos cristales se baña, y desaparece para no ser vista hasta otra noche de plenilunio. Es "La Sombra de Doña Blanca".

 




Era en los últimos años del siglo XV, unos días después de haberse promulgado el decreto de expulsión de los judíos, que obligó a salir de Albarracín a más de cien familias que habitaban el barrio que rodea la Torre de Doña Blanca. Allí quedaron sus casas desiertas y abandonadas.

Una noche del plenilunio del mes de Julio, frente a la desierta judería, en las vertientes de las montañas del otro lado del río, un joven pastor cuidaba un rebaño del señor de Santa Croche. Sentado en un escarpe de las rocas contemplaba la ciudad dormida y bañada por los rayos de luna, que se quebraban en el castillo, en los muros y en el caserío, formando con las sombras figuras como de seres gigantes y misteriosos. A sus pies serpenteaba el río, arrullando con sus murmullos el sueño de la ciudad. Enfrente se erguía la Torre de Doña Blanca. Era la media noche... La campana mayor de la catedral dejó escapar de sus bronces el aleteo tembloroso de sus campanadas... Y el pastor, al conjuro del lugar y de la hora, pudo ver cómo junto a la Torre de Doña Blanca aparecía la figura de una mujer, que, tras desaparecer en estrecha calleja, aparecía de nuevo en el postigo de la muralla, y descendía por leve senda entre las rocas, hasta llegar al río, donde se inclinó ligeramente, como si contemplara su rostro en el espejo de las aguas bruñidas por luz de luna, y luego ascendía la empinada cuesta y se adentraba por las callejas del barrio judío abandonado.

En las primeras horas de la mañana, el pastor llegaba al castillo de Santa Croche e instaba por ver a su señor; mas el señor no se encontraba a la sazón en el castillo, y le recibió su hijo menor, joven apuesto, valeroso y amable. El pastor, lleno de emoción, le fue contando todo lo sucedido en la noche, cómo había visto con sus propios ojos descender hasta el río "La Sombra de Doña Blanca".

El joven Heredia sabía muy bien lo que se contaba de la legendaria historia de la infanta sepultada en la torre, y de la sombra que desciende en las noches de luna a bañarse al río... Pero amigo de aventuras y emociones, en la noche del plenilunio del mes siguiente se situó en las mismas rocas desde donde el pastor había visto la misteriosa aparición. Contemplaba también el fantástico aspecto de la ciudad bañada en luces de luna. Sonaron las doce en la campana catedralicia y... volvió a descender la figura de la mujer hasta el río. Lleno de asombro, pero audaz y atrevido, descendió el joven al cauce del río y lo atravesó sigilosamente. Oculto por los árboles y sauces que pueblan la margen, se acercó hasta el lugar donde la misteriosa mujer se inclinaba sobre la corriente. Pero la joven, al oír tras si los pasos, se erguió resuelta, sacando de las aguas una pequeña ánfora. El atrevido Heredia, lleno de estupor y sin acercarse más, le dijo:

- ¿Quién eres?
- ¡La Sombra de Doña Blanca!,- contestó la joven. Y sin más emprendió veloz huida por el angosto y empinado sendero entre las rocas, hasta llegar al postigo del muro, por donde penetró en la ciudad, desapareciendo...

No sabía qué pensar el joven hijo de los señores de Santa Croche. Contra su anterior convencimiento, "La Sombra de Doña Blanca" tenía realidad encarnada en una joven grácil, de tez morena y ojos que brillaban al reflejo de un rayo de luna.

Pocos meses más tarde, una joven de estirpe judía era capturada junto a la Torre de Doña Blanca cuando se disponía, a la media noche, a salir por el postigo y descender al río. La ronda nocturna que hacía la sobrevela por las torres y muros de la ciudad la había sorprendido. Ante el alcaide de las fortalezas de Albarracín, que era el mismo señor de Santa Croche, hubo de comparecer al día siguiente. Y la joven, con los ojos bañados en lágrimas, fue contando su triste historia. Ella era huérfana, de padres judíos, y al decretarse la expulsión no quiso abandonar la humilde casita que la vio nacer, ni la ciudad que amaba, ni las rocas que rodean su barrio, ni el río en que lavaba sus ropas o cogía agua en tiempos más felices. Había resuelto vivir oculta entre las ruinas de las casas abandonadas por los proscritos de su raza. Tomaba el alimento de los huertecillos, y el agua del río, en medio del misterio de la noche... Luego moriría sin que nadie sospechara su existencia...

Y la historia termina diciéndonos que la joven judía fue llevada al castillo de Santa Croche y, tras la necesaria educación cristiana, recibidas las aguas bautismales, llegó a contraer matrimonio con aquel joven Heredia que una noche de plenilunio la sorprendió llenando su cántaro en las orillas del río, bajo el peñón en que se asienta "La Torre de Doña Blanca".
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jueves, 1 de diciembre de 2011

MAZARRON: La Purísima Concepción


   La inseguridad de la zona quedará perpetrada durante años por el acecho de los piratas berberiscos, lo que llevó a la villa a construir torres de vigilancia para defenderse de los ataques. Una leyenda cuenta porqué la imagen que se encuentra en el convento de la Purísima posee la particularidad de hallarse con el rostro torcido. Dice la tradición que durante uno de esos ataques, la virgen bajó a la playa para ahuyentar una de esas ofensivas, lo que explica a su vez la gran devoción del pueblo por esta virgen. El esplendor económico decayó en los siguientes siglos, hecho motivado por la aparición de una competencia extranjera en la explotación del mineral.
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CARTAGENA: ¿Desembarcó Drácula en Cartagena?

    Para acercarse a la historia del vampirismo no hay que escalar las cumbres oscuras que cercan Rumanía. Ni tampoco morirse de miedo en el castillo, tan imponente como restaurado, del conde Drácula. Entre otras cosas, porque Cartagena ya atesora una sorprendente leyenda que, durante un siglo, ha circulado como un rumor de boca en boca. Ahora, los investigadores arrojan luz sobre el caso de un supuesto vampiro que aterrorizó media España tras ser desembarcado en Cartagena; muertes inexplicables, cadáveres desangrados y desapariciones repentinas forjaron el cuento.

    El investigador Antonio Aracíl recibió en 1983 la visita de un abogado de Toledo que durante años había seguido la pista de un vampiro. El letrado le explicó que la historia se remontaba a los primeros años del siglo pasado, cuando hasta el puerto de Cartagena llegó un ataúd vacío. Nadie lo reclamó. Durante algún tiempo, el féretro fue custodiado en los almacenes portuarios. Cierto día, un ciudadano de La Coruña solicitó el ataúd, que le fue enviado por carretera. Y aquí comienza lo más increíble del relato.

    El itinerario que el féretro recorrió desde Cartagena a La Coruña, con escalas en poblaciones como Alhama de Murcia, Toledo, Borox o Santillana del Mar, se vio salpicado de casos de vampirismo; asesinatos sangrientos que más tarde, durante las investigaciones, conformarían una ruta del horror. Sin embargo, cuando la carroza fúnebre alcanzó la ciudad gallega, tampoco hubo quien la recibiera. Y regresó a Cartagena. Al cabo de unos días, un noble serbio solicitó el féretro. El personaje residía en una posada ubicada en la calle Mayor de Alhama de Murcia, donde varios testigos aseguraron que sólo salía al caer el sol. Poco tiempo más tarde, el serbio desapareció y las autoridades decidieron sepultar el ataúd en uno de los cementerios de Cartagena. Aracíl también conoció, por boca del abogado, que una anciana corroboró en Murcia la existencia en aquellos años de un noble serbio.

    La historia del vampiro de Cartagena despertó hace unos años la curiosidad de otro investigador, Jordi Ardanuy, quien viajó hasta Cartagena para rastrear sobre el terreno cuánto de realidad había en aquella leyenda. Ardanuy, miembro de la Sociedad Española de Estudios sobre Vampiros, buscó sin éxito en los archivos de los cementerios de Nuestra Señora de los Remedios y el de San Antón algún registro que probara la existencia de un enterramiento tan excepcional.

    Tampoco tuvo suerte en los depósitos de la Marina ni en la aduana marítima. Ni siquiera halló la publicación en el Diario Oficial de la Provincia del aviso que establecía la ley para proceder a la inhumación. Y no porque nunca hubieran existido documentos probatorios. La mayoría de los archivos a los que accedió el investigador renovaban sus fondos cada cierto tiempo, sin contar aquellos que sufrieron ataques y expolios durante la Guerra Civil. La búsqueda de cualquier información era entorpecida a cada instante.

    El investigador también recorrió las localidades por donde pasó el ataúd, entre ellas Calasparra, aunque nadie recordaba tan insólita historia. En la memoria colectiva permanecían imágenes de antiguos crímenes pero era imposible relacionarlos con nada sobrenatural.

    Sólo en Borox, un pequeño pueblo de Madrid, Ardanuy encontró a una anciana que aseguraba haber escuchado a su madre relatar la terrorífica historia de «un hombre que chupaba la sangre». ¿Hasta qué punto podría confundir esta buena mujer al supuesto vampiro de Cartagena con el literario conde Dracul? La ruta que siguió el sarcófago, al menos la que en su día reveló Aracíl, evidencia que el traslado no observó el camino más corto hacia La Coruña. Así, desde Cartagena alcanzó Alhama de Murcia, luego se desvió a Almería para volver de nuevo a Calasparra y continuar hacia el norte. Allí, se registra un nuevo desvío a Cantabria.

    Este itinerario indujo a Ardanuy a concluir que acaso se debía a la intención de recorrer diversas poblaciones españolas. El serbio bien podría ser el propietario del ataúd. Juntos recorrieron el país dando cuenta del gaznate de los menos avisados. Y luego regresaron a Cartagena para convertirse en una leyenda.

    Otros autores han probado la existencia de esas muertes extrañas al paso del féretro. Por ejemplo, a la cuestión le dedicó un informe en 1998 el periodista Luis García Chapinal, que recuperó la historia de diversos asesinatos acaecidos en Santillana del Mar.

    La leyenda del vampiro mantiene en nuestros días la incógnita de saber cuánto de realidad esconde su narración. De momento, hay quien asegura que ha descubierto la tumba en Cartagena. Aunque prefiere no hacer pública su identidad, mantiene que en la lápida ya quebrada por el tiempo, alguien talló un murciélago

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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Alicante: Benidorm

   La leyenda de la isla de Benidorm:
   Aquellos que hayáis visitado el Puig Campana o lo hayáis visto desde Benidorm, o Altea, habréis observado el corte casi perfecto que tiene una de sus cimas.
   Y por supuesto, aquellos que hayáis ido a cualquier playa de Benidorm o a cualquiera de sus miradores, habréis observado el trozo de roca que hay en el mar a muy poca distancia.
   Pues bien, existe una leyenda que relaciona a ambos, una preciosa leyenda que os voy a intentar resumir.
   Cuenta la leyenda que en la ladera de el Puig Campana hubo un gigante llamado Roldán, era el dueño y señor de todo aquello y vivía en una cabaña que él mismo había construido.
   Tenía todo lo que un gigante de sus características podía querer... pero no era feliz, le faltaba el amor.
   Cuentan que un día y conoció a una bella jovencita de la que quedó enamorado, el amor fue mutuo y ambos vivieron su romance en la cabaña del gigante.
   Desde aquel día Roldán hacía todo lo posible por complacer a su amada dándole toda clase de caprichos y comodidades para que se sintiera cómoda y feliz.
   Pero..... Un día, Roldán volvía a su cabaña y se cruzó con un extraño ser que le dijo que a su bella doncella le quedaban muy pocas horas de vida.... justo las que quedaban para que el sol se pusiese por la ladera de la montaña. Al final del día su joven amada moriría sin remedio.
Roldán partió corriendo hacia su cabaña y comprobó como su amada poco a poco iba apagándose.          Conforme pasaban las horas y el sol bajaba, ella se encontraba peor.
   Ante la impotencia, el coloso salió furioso a recriminarle al sol. Entonces recordó la frase del ser extraño "cuando se oculte el sol morirá" Enfurecido salió corriendo hacia la cumbre del Puig Campana y de un puntapié rompió un trozo de montaña dejando así pasar el sol unos minutos más.


   Bajó corriendo a por su amada para intentar alargar el máximo tiempo su vida, pero el sol no tardó en ponerse.
   Roldán no pudo dejarla por lo que se dirigió como un sonámbulo hacia el mar en busca de la luna con la esperanza de que su luz la salvase. Al no funcionar, la enterró en el nuevo islote y se quedó junto a ella el resto de sus días, "se abrazó a ella para con su cuerpo seguirla amparando y protegiendo por toda la eternidad"
   Queda constatado que "ni las piedras son insensibles a la fuerza avallasadora de un gran amor".


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VALENCIA: Las trescientas doncellas

    Cuentan las gentes que Jaime I prometió a sus soldados antes de acometer la toma de la ciudad de Valencia que los primeros en entrar merecerían el honor de repoblar la ciudad con mujeres traídas de sus pueblos de origen. Fueron tres leridanos sobre los que recayó tal distinción, y así se hizo venir a trescientas doncellas leridanas. Produciéndose inmediatamente siete matrimonios cuyas cabezas e iniciales pasaron a la posteridad esculpidos en piedra en la Puerta del Palau de la Catedral Valenciana."


VALENCIA - CATEDRAL


    «...La puerta del "Palau" es la parte más antigua de la Catedral. Según algunos autores es obra de Arnau Vidal entre los años 1260-1270.Para otros , es anterior a la construcción de la nueva catedral y se realizaría en los primeros años para derribar el mihrad, la parte más sagrada de una mezquita.

    Situada en un cuerpo saliente, está compuesta por un arco de medio punto, primorosamente trabajado y por seis elegantes arquivoltas. La primera decorada con ángeles y serafines en baldaquinos o doseles arquitectónicos en disposición continua (gótica).Y las restantes con motivos vegetales y geométricos: puntas de diamante festones lobulados, dientes de sierra y delicados follajes con abundante uso del trépano. Sobre ellas un guardapolvo finamente labrado. Se remata con un tejaroz sostenido con canecillos de cabezas humanas.

    Estas cabezas representan , según la tradición, a los siete matrimonios que se encargaron de conducir desde Lérida a Valencia a las setecientas doncellas que serían las esposas de los primeros pobladores cristianos. Conservan restos de policromía y sus nombres aparecen en unas cartelas situadas entre cada pareja: Pedro y María, Guillén y Berenguela, Ramón y Dolça, Francisco y Ramona, Bernardo y Floreta, Beltrán y Berenguela, Domingo y Ramona...» 


   "...estas marcas son un enigma, hace tiempo preguntamos al canónigo obrero de la catedral sobre ellas y él las atribuía a los mendigos que se asentaban en esa parte de la puerta, tal como aparecen en las antiguas fotos de Laurent y que afilaban allí sus navajas, otra atribución es a los niños que afilaban las puntas de sus peonzas.
    Hay leyendas, me parece que repetidas en algún otro templo en suelo español, que dicen fueron provocadas por el diablo en su vano intento por entrar en el recinto sagrado.
    Históricamente se ignora su origen, causa o intención, aunque dan para una serie de leyendas románticas."
 
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jueves, 17 de noviembre de 2011

La Rioja: Nájera

El peregrino inocente, condenado

















  En los confines de Francia habitaba un piadoso matrimonio de grandes virtudes y profunda religiosidad, siendo los dos muy devotos de la Virgen María. Hacía quince años que se habían casado y no tenían hijos, por lo que, aunque dichosos en su Matrimonio, su anhelo constante era tener un hijo, y continuamente se lo imploraban a Dios y a su Madre divina, sin que hasta entonces hubiesen conseguido el sueño de su vida, en el que cifraban todas sus ilusiones. 
No habían perdido, sin embargo, la esperanza de tenerlo, y seguían pidiéndoselo a Dios encarecidamente. Una noche, cuando dormían, se les apareció en sueños santa María anunciándoles que Dios les concedería un hijo, pero con la condición de que le llevasen, cuando fuese mayor, en peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago.
Al despertar el matrimonio, con inmenso gozo, se comunicaron sus sueños, convenciéndose, al ver que los dos habían tenido el mismo, de que era una aparición divina, y juntos fueron a dar gracias por ello a la Madre de Dios. Pasados unos meses, la mujer dio a la luz un hijo, varón, al que impusieron el nombre de Jacobo, por devoción al apóstol Santiago, considerándose el matrimonio más dichoso del mundo con aquel hijo que Dios les había concedido.
EI niño se criaba hermoso y guapo, y a medida ,que iba creciendo, iba despertándose su gran inteligencia y aumentándole su bondad, haciendo de él un conjunto de perfecciones que constituía el orgullo de sus padres y el encanto de cuantos le conocían. Cuando ya tuvo quince años, los padres decidieron cumplir el mandato divino, y emprendieron con su hijo la peregrinación a Santiago de Galicia, para postrarse ante el sepulcro del aposto y darle gracias por su merced.
A la mitad del camino, en Nájera, se alojaron para pasar la noche en una hospedería de peregrinos. Los atendió una hija del hospedero, muy joyen, que, prendada de la belleza del muchacho le asedió hasta descubrirle su amor, pero fue por él despreciada. Ella, llena de coraje al verse desairada, sintió deseos de venganza y concibió una diabólica idea. Espero a que el muchacho estuviese dormido, y, entrando sin hacer ruido en su habitación, escondió en su saco de viaje. entre sus ropas, un precioso cáliz de oro, labrado por un afamado artífice y adornado con perlas y piedras preciosas de incalculable valor.
Al amanecer del día siguiente emprendieron de nuevo su ruta los peregrinos, haciendo el camino entre plegarias al apóstol. Cuando ya habían recorrido cerca de cinco kilómetros, fueron alcanzados por el hospedero, su hija y algunos acompañantes más, acusándolos de haber robado un cáliz. Los peregrinos lo negaron rotundamente, jurando por lo más sagrado que ellos no habían cogido nada. Pero la hija afirmaba que habían sido ellos, porque habían bebido en él los últimos, desapareciendo de su sitio al momento de su partida. Propuso que para salir de dudas se les registrase a ellos y a sus hatos de viaje. Al abrir el saco del muchacho, encontraron el cáliz con gran sorpresa de los peregrinos que fueron llevados ante las autoridades y denunciado el hijo como ladrón. 

Rápidamente se instruyó la causa, condenando al muchacho a morir en la horca por robo, aplicando la ley vigente en el país para los bandoleros, sin que de nada le sirvieran sus protestas de inocencia ni las súplicas de sus afligidos padres. 
Interior del monasterio Al amanecer, el muchacho, con gran serenidad y paz de espíritu, aceptando la voluntad divina, fue conducido entre dos alguaciles hasta el patíbulo, situado en las afueras del pueblo, y allí se cumplió el fallo.
Los padres, sintiéndose sin valor para presenciar la ejecución de su inocente hijo, continuaron su peregrinación a Santiago, llenando los valles con sus tristes lamentos y regando los caminos con sus amargas lágrimas, sin encontrar consuelo a su horrible dolor. Durante cinco días y cinco noches caminaron sin descanso, enloquecidos por la angustia y quejándose al cielo de que les hubiera mandado hacer aquella peregrinación, en la que habían perdido al sol de sus ojos y el aliento de sus vidas, dejándolos condenados a sufrir aquella tortura durante el tiempo que les quedara de vida.
Enajenados por los sufrimientos, no habían pensado antes en dar sepultura sagrada a los restos de su hijo; y entonces decidieron desandar el camino y pedir el cadáver para enterrarlo ellos piadosamente.
Al acercarse al pueblo, el padre iba quejándose a grandes gritos de que Dios no le hubiera enviado la muerte a él en vez de a su hijo, y cuando ya llegaban cerca, vieron a lo lejos el cuerpo de su hijo que seguía colgado del patíbulo; anhelantes, se aproximaron a él y oyeron la voz de su hijo, que les reprochaba sus quejas y su poca resignación ante los designios divinos. Maravillados al oírle, corrieron a abrazar a su hijo, y éste les refirió cómo se le había aparecido una esplendorosa Señora, que era la Virgen María, llena de gloria y majestad, con resplandecientes vestiduras, y acompañada de un venerable anciano que le dijo ser el apóstol Santiago; entre los dos le habían sujetado por los brazos, para librarle de la muerte y que no recibiera el menor daño. Le alimentaron durante cinco días, prodigándole toda clase de consuelos y de ternuras.
Los padres, radiantes de júbilo, corrieron a dar cuenta del milagro a la autoridad suprema del país. Pero este personaje, que se hallaba a la mesa comiendo, negóse a creer que estuviese vivo después de cinco días de ahorcado, y les dijo. señalándoles un pollo asado que estaba sobre la mesa: «Tan imposible es que este pollo resucite como que vuestro hijo viva».
Al momento, ante su vista, el pollo se levantó de la cazuela, y batiendo las alas, voló, diciendo: «Prodigioso es, el Señor en sus santos».
Atónitos, se trasladaron todos inmediatamente al lugar donde estaba el ahorcado, y lo encontraron con vida, y descolgándolo, se lo entregaron a los padres. Ante aquel milagro divino, revelador de la inocencia del muchacho, el juez revisó la causa, tomando declaración a la hija del hostelero, que, acosada ante las preguntas del tribunal, confesó su crimen, siendo ella condenada a muerte en la horca. Pero los buenos padres del muchacho, no queriendo ensombrecer con ninguna muerte la prodigiosa salvación de su hijo, acudieron a suplicar al tribunal el indulto de la joven, consiguiendo por su intercesión que fuera conmutada por la pena de cortarle el pelo y vestirla con hábito de monja, y así permaneció toda su vida haciendo penitencia para conseguir el perdón de su delito. 

Al muchacho le tomó el obispo bajo su protección, y con él y con sus padres llegaron a dar gracias ante el sepulcro del apóstol Santiago, que le había protegido durante su vida, y allí se hizo presbítero y vivió santamente, glorificando a Dios hasta el fin de sus días.


(Leyendas de España, de Vicente García de Diego)
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miércoles, 9 de noviembre de 2011

CIUDAD REAL: En el cementerio





"Apolonia" al filo de la historia y la leyenda. 
Cuando la ciudad no termina por contarnos con sosiego toda su historia, alguna vez, sus amantes, tenemos que escudriñar sus rincones; tomar sus piedras sillares que, algunas se ven en la montonera de edificios echados abajo arruinados o en las mismas escombreras y hasta, como en este caso, en los cementerios en donde se rinde culto a la verdad y donde se toman lecciones de eternidad. Porque en ese lugar los silencios no se falsean: no son silenciosos mudos sino elocuentes; son silencios eternos que cubren la horizontal del pensamiento. Ciudad Real tiene en su entraña muchas historias pequeñas que es necesario descubrir para contar su drama o su gloria.

"Apolonia" que así e llama el personaje que nos ocupa. ¿Es mito o realidad?. A mi pregunta insistente, nadie me ha respondido y he buscado por doquier las respuestas: en aquellas personas de edad que viven en la ciudad para ver que norte me daban y nada me han dicho. Ante tal desconocimiento, no he tenido moco remedio que ir a tomar una confesión al viejo sepulturero que a medias, me ha contado a, manera, una historia vieja de celos, seguramente influenciado por las historietas del cine o de la "tele". Y al final para ver si existió, he ido a los archivos de defunciones a ver si daba con su huella y la he encontrado escrita, como en letra muerta y descolorida. Pero es igual, porque a la vista de la documentación encontrada, todo empieza a sonar como leyenda digna de ser aprovechada por algún orador de postín, al estilo de Torrente Ballester, que hiciera de ella, su mejor obra.

Conocemos a "Apolonia" por el documento de su defunción en la ciudad, sellada con el día y la hora del óbito, así corno su enterramiento. Otro conocimiento nos viene por la obra de su sepulcro que, un autor anónimo, al menos todavía para nosotros, ha realizado para guardar el cuerpo de la infortunada "Apolonia". El sepulcro es uno maravillosa talla en piedra, que lo cubre una gran losa en la que reposa la imagen de una mujer joven que cubre su cuerpo desnudo con un velo de gasa transparente, tras el que se adivina la, forma de una mujer excepcional. El rostro de la mujer tallada en la piedra de la losa es bellísimo, lo que nos hace pensar que el artista reflejó en su obra el rostro nacarado de la difunta. El sepulcro, a pesar de haber estado medio enterrado, no se halla demasiado deteriorado y ya hemos logrado que el Ayuntamiento capitalino tenga conocimiento de este hallazgo, para que lo incluya en la nómina de monumentos a restaurar. Insistimos una vez más que e1 arcón funerario no debe estar medio enterrado en el cementerio de la ciudad, deshaciéndose la piedra y exponiéndose a los efectos de las extremas temperaturas, que poco a poco, van destrozando esta obra de arte. Es también cierto que nuestras investigaciones nos han aclarado que desde hace muchos años, nadie atiende la sepultura de "Apolonia” a nadie se le ha visto pararse para rezar por su alma; nadie ha venido, ni en los días de difuntos, a ponerle unas flores a la tumba o a encenderle una lamparilla como homenaje a su corazón difunto y a su belleza marchita.

"Apolonia" canto una heroína apócrifa, sigue creando un misterio a su alrededor; continúa sin contestar a la interrogante de su vida; y se mantiene, a merced de que los poetas escriban sus versos en su homenaje y desempolven una leyenda, cuando no se conoce la historia de su vida, sino simplemente, lo que traduce la belleza de este monumento funerario que el artista ha creado para perpetuarla y hacer imposible que la imaginación lea su propia historia.


















Pero, como decimos, "Apolonia" entra ya en el mundo de la leyenda y toma vida, y crea su mundo, y lo mueve a su antojo y busca a sus personajes en definitiva, el poeta ha logrado que, al fin, la leyenda responda a los interrogantes que ha planteado esta joven mujer fallecida hace más de setenta años. "Dicen que "Apolonia" llegó un dio a la ciudad como esposa de un alto funcionario de la Administración Publica. Su marido tenía fama de ser un hombre honesto, muy fuerte de carácter, al que no le gustaba que nadie le contradijera porque creíase, que estaba siempre en posesión de la verdad y de la razón. Se había casado, ya mayor, por conveniencias sociales; ella, su bella esposa, hija de un rico hacendado de Extremadura, y él, un funcionario público de alto copete, hijo de familia acomodada de Toledo. El esposo tomó posesión de su alto cargo y vino destinado a la ciudad en la que fue muy respetado y envidiado por la bella mujer que te acompañaba en sus recepciones habituales ordenadas por el protocolo. Como prueba de su amor por "Apolonia" su esposo encargó a un artista local, ya de gran fama en la pintura que le hiciera un retrato. Todos los días este pintor visitaba la casa de "Apolonia" para tomar los apuntes del natural. "Apolonia” era bellísima, no sólo su cara y sus ojos sino también su cuerpo, cosa que reflejó el artista en su obra eran todo cuidado. El pintor llegó a enamorarse de su modelo y hasta en un arrebato de sinceridad, él lo declaró a su modelo, sin que ella, coqueteando, le hiciera ningún desprecio al pintor, sino todo lo contrario. Los avatares de la política de aquél entonces, también con sus tradiciones y marcada por la violencia, en uno de sus viajes a la capital para resolver cuestiones y asuntos ofíciales, fue muerto a manos de unos bandoleros que 1e dispararon a traición. Ante este hecho luctuoso, "Apolonia" quedó destrozada y enfermó. Y de tal manera, que aquejada de una dolencia extraña, a los pocos meses murió la esposa. El pintor, días antes de su muerte le había hecho la entrega de su obra que con toda religiosidad abonó al pintor enamorado locamente de "Apolonia”. El pintor sufrió un calvario viendo cómo "Apolonia" iba perdiendo día por día y hasta que falleció un día de septiembre.


Toda la obsesión del artista fue ofrecerle un monumento funerario pava guardar el bello cuerpo de su amor imposible. Trabajo con ahínco en su obra y un día de Navidad, de acuerdo con el sepulturero, depositaron el cuerpo ya cadáver de "Apolonia" en el arcón de piedra tallada que el artista le había construido cerrándolo con una losa grande en la que había tallado el cuerpo de su amada, como dormida y con un velo transparente para que se viera la belleza de su cuerpo. Todo se hizo con absoluto sigilo y de la noche a la mañana, apareció la obra funeraria del artista que no firmó su nombre.
Después, el tiempo, los años, los aconteceres políticos, las guerras, etc., hicieron olvidar este hecho que, indiscutiblemente, tuvo su eco en la ciudad. Pero esta fue haciéndose mayor y con ello desapareciendo todo vestigio de épocas pasadas. Solo los libros y los archivos, podían haber dado testimonio de lo ocurrido con esta bella mujer y que enamoró locamente al artista. Hoy queremos reivindicar romo patrimonio de la ciudad, lo que queda de ese amor imposible y que es todo un monumento funerario; una escultura que hico merece conservarse en un museo.

 "Apolonia" así, es una leyenda que pudo ser una realidad. Nada ni nadie nos ha revelado el secreto de su muerte; tampoco el artista que talló su obra funeraria, nos ha dejado su nombre; todo ha quedado a la merced de la fantasía. Por eso los poetas han cantado en loas a esta mujer enigmática y bella que enloqueció a quien la amó a sabiendas de que era imposible su conquista. En el cementerio de Ciudad Real se halla el testigo; la bella obra de una sepultura, rendida a la muerte de la mas bella de las mujeres. "Apolonia".


JOSÉ DE LARA Y VILLAJOS
La Tribuna 15-08-1991
Fotografía: Alberto Muñoz Arenas




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martes, 8 de noviembre de 2011

Sevilla

El sueño del Maestro Jorge

Por el año 1279, Alfonso X El Sabio trae los restos mortales de su madre, Doña Beatriz de Burgos, para que descansen junto a los de su padre, Fernando III, en una capilla de la Catedral de SEVILLA. Allí les construye un mausoleo...
El rey quiere que una escultura de Fernando III sentado en un trono, armado con una espada y luciendo un anillo presida el mausoleo. El toledano Maestro Jorge es el encargado de labrar la figura. Una noche, Fernando III se le aparece en sueños al escultor y le dice que le dé el anillo que ha de lucir su escultura a la Virgen de los Reyes.




El toledano obedece a la visión y despierta al tesorero de la Catedral para que cambie el anillo de una imagen a la otra. El anillo no está, ha desaparecido. Cuando se acercan a la Virgen de los Reyes, ven que la joya ya está en su mano.







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domingo, 6 de noviembre de 2011

CUENCA

Una cita arriesgada

En Cuenca, ciudad de misterios, enigmas y empedradas calles repletas de pasajes históricos se cuenta una leyenda en  la que antaño, un joven mozo se enamoró de una bella dama, la más linda que jamás había pisado las calles de esta ciudad, pero la cuál escondía tras su belleza un terrible secreto.
Desde la calle Pilares, bajando por un precioso empedrado, llegamos a la ermita santuario de las Angustias, erigida en el siglo XIV, aunque la actual data del siglo XVIII y es el lugar donde se centra esta leyenda.
leyendas_cuencaBajada a las Angustias  .  
Vivía por estas calles un hermoso muchacho, hijo del oidor de la villa. El bello zagal, en edad de efectuar sus correrías, no dejaba una sin probar, y así tomó fama de mentiroso, pendenciero y, además, bravucón; a nada de ello podían dar crédito sus familiares, pues el honorable cargo que desempeñaba el padre era, sin duda, signo de buena estirpe y descendencia.
Pero de cómo fueron las cosas en aquella época nadie lo sabe, el caso es que el muchacho corría una tras otra a todas las doncellas casaderas del lugar y, luego de cortejarlas y conseguir sus propósitos placenteros, las dejaba plantadas, sin más.
Pero un día, conoció a una dama bellísima como la luna y seductora como el diamante; además era forastera y recién llegada a la ciudad. Cuando paseaba por las calles, las mujeres bajaban sus miradas y de reojo miraban qué hombre era el primero en lanzarle una sonrisa, pues la chica dejaba a todo el mundo con la boca abierta por su belleza e irresistible impulso.
Los jóvenes salían a su encuentro para simplemente saludarla e intercambiar un buenos días o buenas tardes, cosa que siempre hacía simpática y risueña. Hasta que un buen día, nuestro apuesto galán decidió lanzarse y presentarse. La hermosa mujer lo correspondió y le dijo que se llamaba Diana. Contento y presuntuoso, se fue con el resto de sus amigotes para vacilar un poco ante ellos de que ya sabía incluso su nombre.
Diana, que tonta no era, también se percató de la belleza del joven, al que con el tiempo fue conociendo mejor, pero viendo sus claras intenciones, le daba largas y largas.
El muchacho cambió, se quedó ensimismado con Diana, estaba totalmente obcecado con ella y con hacerla suya, algo que ella le ponía muy, muy difícil. Quizá por eso de que a los hombres nos gustan los logros difíciles, éste se lo tomó como todo un reto personal e incluso declinó las ofertas de sus amigos, con los que iba de correrías.
leyendas_castillaY una mañana, en vísperas de Todos los Santos, Diana le hizo llegar una misiva que el joven leyó sorprendido y de muy buen agrado: “Te espero en la puerta de las Angustias. Seré tuya en la Noche de los Difuntos”.
Por fin el muchacho iba a conseguirla. Esa noche se arregló tanto como pudo. Con sus mejores ropas y las fragancias más sublimes que guardaba para las ocasiones especiales, salió a conquistar a esa dama que tan loco lo volvía.
Pero esa noche se fraguó una tormenta. Los truenos retumbaban y el cielo se iluminaba como si de fuego se tratase. Él debía estar  a la hora prevista en el lugar donde Diana lo había citado. Y allí, raudo y veloz, cruzó las cuatro calles que lo separaban de la puerta de las Angustias y vio a la bella doncella, ataviada con ropas que parecían de princesa.
Su corazón latía más de prisa a cada paso que daba, y su deseo era tan ardiente que las botas parecían quemar las plantas de sus pies y lo hacían alargar las zancadas.
Ella estaba en el atrio y él se abalanzó contra ella, que le respondió con unos besos tan dulces y tiernos que el muchacho, loco de desesperación, fue intensificando sus caricias hasta que sus manos comenzaron a levantar su falda.
Los truenos caían y los relámpagos iluminaban los rostros de los de los capiteles dejando intuir sombras diablescas, pero los dos jóvenes estaban tan arrebatados por la pasión que no se percataron ni de la tormenta.
Ella, casi tan encendida como él, incluso levantaba su falda más aprisa con el fin de que el muchacho consiguiera su propósito. Cuando descubrió sus preciosas y blancas piernas, vio que llevaba unos chapines altos. El muchacho fue quitándole el derecho poco a poco y de repente cayó un rayo que iluminó de pleno el pie de Diana, que resultó no ser un pie, sino una pezuña; y su pierna, la de un macho cabrío.
Aterrorizado, el joven tiró el zapato y salió corriendo dando gritos de terror y espanto. A su vez Diana, que era el mismísimo diablo, con una voz profunda, cavernosa y estrepitosamente desgarrada, lanzaba carcajadas que resonaban entre las antiguas piedras del santuario.
CruzDiabloEl joven, presa del pánico, se abrazó a la cruz que había en la puerta de las Angustias; el diablo se abalanzó sobre él, lanzándole un zarpazo al tiempo que sonaba un trueno inmenso. Cuando el chico abrió los ojos, el zarpazo le había rozado el hombro y había dejado una marca en la piedra, todavía humeante.
Se dice que el chico ingresó en el santuario de las Angustias y nunca más volvió a ver la luz del día…. ni de la noche.
Y allí, en la puerta de este lugar, podemos ver la famosa cruz de piedra a la que el joven apuesto y bravucón terminó por agarrarse para salvarse del zarpazo del diablo, que quedó grabado en la piedra y que todavía puede verse.

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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Teruel



Los Amantes de Teruel (Leyenda Aragonesa Siglo XIII).


En un edificio a mitad de lo que hoy es la calle de los Amantes, vivía don Martín de Marcilla, descendiente de don Blasco de Marcilla, uno de los audaces capitanes que en 1171, con el permiso del rey Alfonso II conquistó la villa de Teruel a los musulmanes.

Don Martín estaba casado con doña Constanza Pérez Tizón y del matrimonio nacieron tres hijos: don Sancho, don Diego y don Pedro.

La familia Marcilla era muy importante en el Teruel de aquel entonces, pues el propio don Martín de Marcilla fue Juez de Teruel durante los años 1192 y 1193.
Poseían una gran hacienda, pero en 1208 quedó empobrecida a causa de una terrible plaga de langosta que asoló la comarca de Teruel.

Muy próxima a la casa de los Marcilla, en lo que siempre se le ha conocido como el edificio de Sindicatos, vivía la familia de don Pedro de Segura, que aunque de menos linaje y nobleza que los Marcilla, había prosperado más por su dedicación al comercio, llegando a ser una de las familias más ricas de Teruel.

El matrimonio Segura tenía una hermosa hija, Isabel de Segura, con la que Diego de Marcilla jugó desde niño y entabló una gran amistad durante su adolescencia.




Con el transcurso del tiempo y casi sin darse cuenta, los juegos y la amistad se fueron transformando en un juego de amor. Y por fin llegó el día en que Diego, sintiéndose plenamente enamorado de Isabel, le declaró su amor y su ardiente deseo de tenerla por compañera por toda la eternidad. Isabel, que compartía tales sentimientos, aceptó la proposición y ambos comenzaron a imaginar planes maravillosos sin que nada se interpusiera en su camino por el momento.

Así, enamorados, y de mutuo acuerdo, llegó el momento en que Diego, confiado y esperanzado, consideró necesario proponer sus pretensiones al padre de Isabel.

Don Pedro, sopesando las ventajas e inconvenientes de tal enlace, y comprendiendo que económicamente no le beneficiaba la alianza de su hija con el segundón de los Marcilla, se negó rotundamente, anteponiendo la riqueza a la nobleza y el interés material al amor desinteresado, puro y limpio.

Los Amantes de Teruel,1884. Antonio Muñoz Degrain. Museo del Prado. El duro golpe y el menosprecio recibido por Diego truncó todas sus alegrías y esperanzas, pasando de la felicidad más pura a la desesperación extremada.

Comprendiendo que era imposible la terquedad del que podía haber sido su suegro y que el único camino que había para conseguir a su amada, era enriquecerse, decidió partir en busca de riquezas, luchando en la guerra contra el infiel. Y así se lo hizo saber a Isabel: “Volveré un día a Teruel cargado de gloria para conseguir tu mano, o bien moriré como buen vasallo en la lucha”.
Llegado el momento de partir, Isabel, con gran amargura, le confesó sus miedos al peligro, la soledad, la tristeza y a la ausencia de noticias de él.

Comprendiendo Diego que el sacrificio de su amada era injusto si él moría en el campo de batalla, propuso establecer un plazo de espera durante el cual se guardarían ambos fidelidad mutua.
De mutuo acuerdo fijaron un plazo de cinco años, agotados los cuales Isabel quedaba libre, para que de esta manera no agotase su vida estérilmente.

La despedida debió ser enternecedora, y sucedió en la primavera del año 1212, año en que Diego de Marcilla se dirigió a Zaragoza para unirse al ejército del rey de Aragón don Pedro II y comenzar así su calvario.




Entre tanto, triste y sola, se quedaba Isabel en Teruel, oteando día tras día los lejanos horizontes, esperando.

Los días fueron pasando, las esperanzas se perdían e Isabel desvanecía cual flor marchita; ni siquiera los regalos de su padre para levantarle el ánimo le alegraban el espíritu. Y bien que se preocupaba de saber de Diego mediante las gentes venidas de Castilla a las cuales escuchaba con ansiedad sus relatos, pero era inútil, pues nadie sabía darle razón de él. Imaginando lo peor, ya no preguntaba a combatientes regresados ni a viajeros y mercaderes, sólo rezaba por él en Santa María de Mediavilla, San Pedro o el Salvador.

Así transcurrieron los días y los años, hasta que un día su padre tomó la determinación de obligarla a aceptar los galanteos de un turolense rico e ilustre muy del agrado del padre: don Pedro de Azagra. Isabel daba largas al asunto, pero su padre insistía cada vez más en el enlace matrimonial.

Habían pasado ya cuatro años y tal era la insistencia del padre, que Isabel aceptó el deseo paterno, pero con la condición de que lo cumpliría tras agotarse el plazo de espera que había pactado con Diego.
Por fin llegó la boda, y se celebró el mismo día en que se cumplían los cinco años, y justo el día en que Diego regresaba victorioso y habiendo conseguido la fortuna deseada.



Era ya pasada la media tarde cuando Diego, montado a caballo, subía a galope tendido por la cuesta de la Andaquilla. Cruzó el portal de Daroca y se dirigió a casa de los Segura con intención de ver a su amada.

Al llegar a la puerta no salía de su asombro al ver tanta gente y semejante jolgorio. Acercándose a un grupo de jóvenes, preguntó por la causa de tal regocijo. Los jóvenes le informaron que se trataba de la boda de la hija de Don Pedro de Segura.

Amargura, dolor, rabia y pena es lo que sintió en aquel momento, pero aunque resentido ante tal ingratitud tomó la determinación de entrar para entrevistarse con Isabel y comprobar que efectivamente era cierta la noticia que acababa de recibir.

Se adentró en salas y estancias hasta encontrar a su amada. Ella al verle lo miró y tras leer en su mirada la acusación y el reproche, cayó desvanecida. Ya recuperada, pidió permiso a los presentes para retirarse a solas por unos momentos. Él la siguió disimuladamente hasta la alcoba nupcial y allí intercambiaron mutuos reproches. Diego le prometió marcharse para siempre de Teruel, a cambio lo único que le pedió fue un beso de despedida. Pero fue un beso que Isabel, fiel a su matrimonio, le negó por tres veces. Ante tal crueldad Diego cayó muerto a los pies de Isabel.

Aterrorizada y sobrecogida ante aquella muerte repentina, quedó inmóvil sin saber qué hacer. Al momento reaccionó, se acercó a Diego e intentó reanimarlo, pensando que bien podía tratarse de un desvanecimiento, pero fue inútil: Diego acababa de morir.


Dada la tardanza de Isabel, su marido fue a buscarla. Al entrar en la estancia, quedó atónito al ver el cadáver. Al reconocer el difunto consideró que no era conveniente que los invitados se percatasen del suceso, así que organizó su plan: cuando los invitados ya se habían marchado y la quietud y las sombras de la noche invadían la villa, tomó el cuerpo de Diego, lo sacó de casa de los Segura y lo dejó abandonado en un callejón cerca de la casa de los Marcilla, cual si de un invitado poseido por el alcohol se tratase.

Al amanecer el nuevo día, don Martín de Marcilla volvía a ver a su hijo tras cinco años de ausencia, pero… sin vida. Amargo momento para unos padres que después de cinco años de espera tenían que recibir la visita de su hijo en cuerpo inerte.

En casa de los Segura nadie daba crédito a lo sucedido, pues bien se encargaron Isabel y su marido de guardar silencio. Mientras tanto, Teruel, vestido de luto, acudía a casa de los Marcilla para expresar su condolencia.

Don Martín resolvió celebrar los funerales de su hijo en la iglesia de San Pedro, y allí, sobre un catafalco, y sin cubrir, fue depositado el cuerpo de Diego.
Isabel, presa de los remordimientos y agobiada por la angustia, tomó un manto, cubrió su rostro para no ser reconocida y se sumó a la comitiva.

Al llegar a la iglesia, tras clavar la mirada en el cadáver de su amado, atravesó la nave y, deseosa de reparar el mal causado, se dispuso a dar a Diego el beso que le negó en vida. Arrojándose sobre el cadáver, unió su boca a la de su amado, proporcionándole un beso intenso. Este fue su primer y último beso, pues con él acababa de exhalar en ese mismo momento su último aliento vital, toda vez que quedaba unida para siempre al hombre a quien tanto había amado y a quien no había podido unirse en vida.

Las personas más próximas intentaron apartarla creyéndola desmayada sobre el difunto, pero fue inútil, y mayor fue la sorpresa al comprobar que se trataba de Isabel de Segura.

Por indicación expresa de algún pariente respetado, se acordó enterrarlos juntos en la misma sepultura. Y así se hizo, se les dio sepultura en la capilla de San Cosme y San Damián de la Iglesia de San Pedro, donde en 1555 fueron halladas sus momias junto con un documento que atestiguaba el suceso." 

Hoy en día todavía es posible visitar los cuerpos incorruptos de los dos amantes, tras muchos avatares de la historia, descansan definitivamente en un sepulcro de alabastro, Diego e Isabel seguirán juntos para siempre uno al lado del otro, sin embargo hay que ser observador y notar que aunque las esculturas de ambos féretros descansan una al lado de la otra, sus manos no llegan a tocarse. Permanecen como cuando vivían, juntos si, pero el uno sin el otro.




Las momias:

Las momias expuestas en 1898
Las momias, una vez descubiertas, fueron expuestas y permanecieron visibles hasta el año 1578 en que por orden del obispo de Teruel, fueron de nuevo devueltas a la sepultura.
El notario Yagüe de Salas, conocedor de la historia, ordena en 1619 un nuevo desenterramiento de las mismas y da fe de ello en un Protocolo Notarial. Desde esta fecha hasta 1675, vuelven a estar expuestas al público en la misma iglesia.

Posteriormente fueron guardadas en un dispensario fuera del recinto sagrado, donde permanecieron hasta principios del siglo XVIII, fecha en la que fueron trasladadas a un mísero panteón situado en un claustro anejo a la iglesia. Allí podían ser visitados por los viajeros que acudían incitados por la leyenda que sobre ellos se había creado.

Las momias expuestas en 1900
Sobre la mitad de la misma centuria, se colocaron en una urna más apropiada y colocadas en el claustro de la iglesia, donde permanecieron hasta el 27 de mayo de 1902, para ser trasladadas a la capilla en la que han descansado hasta su ubicación actual.






En 1955 el escultor Juan de Avalos realiza un mausoleo para que los amantes descasaran definitivamente y en paz por el resto de los tiempos, este es el mausoleo que podemos visitar hoy en día.






Análisis de las momias:

Las momias de los Amantes de Teruel corresponden a un hombre y una mujer que fallecieron a principios de siglo XIV. Este es el resultado del análisis de muestras de las momias recogidas por miembros del equipo de Atapuerca y realizados en Miami.
Las siete muestras analizadas de tejido muscular y piel de los cadáveres, con la técnica del carbono-14, han arrojado estos datos y que el cuerpo de la mujer, cuya piel ha sido restaurada en varias ocasiones, está en peor estado que el del hombre.

La datación de las momias se fija en principios de siglo XIV cuando se empieza a generar la leyenda de los Amantes, la que los historiadores dicen que ocurrió en el siglo XIII en 1217. Se desmiente así leyendas urbanas de los que los cuerpos de los Amantes correspondían a épocas más cercanas.

Jaime Vicente Redón, director general de Patrimonio del Gobierno de Aragón, explicó que "los restos no corresponden a cadáveres recientes, ni de la Guerra Civil, ni de una pareja de la Guardia Civil ni de una pareja de ancianos del Jiloca como se ha dicho, son un hombre y una mujer que fallecieron en torno a principios de siglo XIV, en la época en la que se empieza a generar la leyenda".

Vicente Redón comentó que el cuerpo de la mujer está en peor estado y se ha comprobado que su piel ha sido tratada "debido posiblemente a los desenterramientos que sufrieron los cadáveres y a la intervención en 1950 en los sarcófagos de alabastro". El director general puntualizó que el margen del error de estos análisis científicos es de "más menos 40 años".

Los Amantes de Teruel puede o no puede que hayan existido; la historia forjada en torno a ellos puede ser realidad o leyenda, pero lo que es innegable, es que ambos son dos jóvenes que han estado enterrados juntos desde hace más de cinco siglos.

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