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viernes, 28 de octubre de 2011

Cáceres

Ciudad de Cáceres, leyenda "La Princesa encantada del Palacio de las Veletas"

Cáceres era una gran fortaleza árabe. Los árabes habían hecho su plaza fuerte, llamándola, precisamente por eso Cazires. Muchos fueron los intentos de reconquista, pero todos fueron inútiles hasta el reinado de Alfonso IX. Aún para este monarca la empresa se convertía casi en imposible. Hubiera sucedido lo mismo que en otros intentos a no mediar la ayuda de una dama cuyo nombre se ha perdido para siempre. Para todos era, sencillamente, la Princesa.
Gobernaba la villa un Kaid soberbio y arrogante, que apoyada su poderío en las singulares defensas que le rodeaban. Estaba la villa formada por diversos alcázares y mansiones de caudillos o caciques agarenos. Se comunicaban entre sí por galerías subterráneas. Varias de ellas tenían salidas ocultas fuera de las murallas. Entre ellos había una famosa galería llamada Mansaborá, la cual avanzaba tortuosa, soterrada, obstruida y va a dar , después de describir un ángulo recto a la ronda de las huertas. No son pocos los que por esa zona han sentido el espíritu de la mora por encima de las murallas, convertida en gallina con polluelos de oro. ¿Qué había hecho esta mujer para ser castigada de aquella manera?. Nada, simplemente ser bella, ser mujer y ser enamorada.
Alfonso IX de León se había empeñado en extender la Reconquista a las tierras que se decía de nadie. Había que borrar el recuerdo del primer fracaso. Para conseguirlo llamó a sus mejores capitanes. Quería convencer al Kaid de los Alcázares de que el empeño era definitivo. Destacó una embajada que pidió ser recibida por el señor Alkaide de la fortaleza. La presidía un notable, aguerrido y apuesto capitán. Cuando llegó al palacio pudo contemplar a la bella agarena, la hija única, y por eso más querida del Kaid. Fue bastante un encuentro, sin mediar palabras, para que el capitán, ante el fracaso de la rendición del padre, se compensara con el enamoramiento de la hija. Cuando cruzaba la sala y se despedía, una dama obsequió al capitán leonés con un pañuelo, recuerdo de su visita. En aquellos tiempos era una contraseña bastante socorrida. Cuál no sería su sorpresa, cuando al llegar a su tienda encontró dentro del pañuelo una misiva que decía: "Acude todas las noches a la calleja de Mansa Alborada, y una dama te acompañará hasta mi presencia". El capitán pensó siempre en una trampa, pero el corazón le hablaba de un amor que podía ser el comienzo de un sueño de ventura. Y fue. Cuando menos lo esperaba, entre la maleza, una gentil aya moruna le invitó al aposento de su señora. Qué sorpresa, después de recorrer la galería pudo contemplar la belleza singular de la mujer que le había cautivado. Los encuentros se repitieron, y el mancebo cristiano subía todas las noches a satisfacer la sed de amor de la agarena.
Pasaban los días y el cerco seguía en el mismo estado. El enamorado doncel, valiéndose del ascendiente que había logrado sobre el corazón de su enamorada princesa, obtuvo las llaves de la entrada a la galería. Había jurado insistentemente que sólo las utilizaría para sus visitas de amante. Y así fue en sus propósitos iniciales. Pero en aquellos momentos de asedio inútil pesaban demasiado sus responsabilidades de capitán y caballero. Pensó incluso que si lograban tomar la ciudad y él se significaba por su especial aportación le sería más fácil atraerse la recompensa de su Rey, y con ella sacralizar los amores, que por ocultos, tanto le venían agobiando.
El animoso capitán logró que se aprobara su plan: las mesnadas alfonsinas simularían un ataque a las murallas por los lados opuestos de la población. Él seguido de un grupo de peones, se presentaría en los salones del alcázar, sembrando el terror y el desconcierto. Las cosas resultaron demasiado fáciles. El Kaid descubrió la causa de su derrota. Indignado por la responsabilidad de su hija fulminó contra ella y sus valedores un anatema más tremendo que la muerte misma: La lanzó con su aya y con sus damas al subterráneo que iba a dar a la calleja de Mansa Alborada, donde en castigo de su traición permanecerían hasta que los hijos del Profeta volviesen a reconquistar la plaza perdida por su culpa. Para que nadie pueda rescatarlas, la entrada y salida de la galería desaparecieron a la vista de los simples mortales.
Y allí permanece la encantada y a la vez maldita princesa enamorada, acompañada de su aya fiel y sus doncellas jóvenes, por el conjuro poderoso del Kaid, convertidas sus quejas en piar de gallinas y polluelas, no tienen otro rato de expansión que el que a casi todos los seres encantados depara la noche de San Juan: Salen entonces a dar una vuelta por los contornos y lanzan hondos suspiros, plañideros píos, esperando el día de su desencanto.

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