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jueves, 29 de diciembre de 2011

ALBARRACIN: La Torre de Doña Blanca


LA TORRE DE DOÑA BLANCA:

En el extremo sur del peñón en que se asienta la Ciudad de Albarracín, junto a la antigua iglesia de Santa María, se alza un grueso y cuadrado torreón. El pueblo le llama "La Torre de Doña Blanca". Ésta torre fue, sin duda, una pequeña fortaleza destinada a vigilar, primeramente, a la mozarabia de la ciudad, situada junto a la sobredicha iglesia, como luego vigiló los movimientos de la judería, que ocupaba el "Campo de San Juan".

En torno a la torre, el peñón se estrecha, y a sus pies, en profundo cauce, discurre el río Guadalaviar, aprisionado por las rocas y por los vallados de pequeños huertecillos. Al otro lado del río, la ingente masa rocosa vuelve a alzarse para dominar desde elevadas cumbres la ciudad, el río y los huertecillos.

Pero la torre de Doña Blanca, guarda entre sus muros, al decir de las gentes, el misterio evocador de la figura triste de una joven infanta aragonesa. Porque Doña Blanca era hermana menor de un príncipe heredero del trono de Aragón. Era una joven ingenua, casta y sencilla, por cuyas prendas no sólo sus padres, los monarcas, sino también toda la nobleza de estos reinos, la idolatraban. Pero la esposa del futuro rey, por la más vergonzosa envidia, la odiaba tenaz y sañudamente.

Y así ocurrió que, al morir el rey, los nobles aclamaron al príncipe heredero, y aquella mujer, que tanto odiaba a Doña Blanca, quedó constituida reina de Aragón. La joven infanta se acogió al lado de su madre, la reina viuda, pero fueron los mismos nobles quienes la aconsejaron que huyera de estos reinos para salvar su vida, refugiándose en la corte de sus deudos los reyes de Castilla.

Y sucedió que un día, de paso para Castilla, llegó a Albarracín, acompañada de algunas dueñas y de pocos caballeros, la desgraciada infanta aragonesa. La acogida que a Doña Blanca le dispensó Albarracín fue muy cordial, por cuanto que hasta aquí había llegado la fama de sus virtudes y la noticia de los odios de la reina. La ciudad entera presenció el paso de la vistosa comitiva con sus jinetes y sus escuderos por las calles tortuosas hasta llegar a los palacios de Azagra, Señor de Albarracín, donde se hospedó la joven infortunada. Consigo traía, en cofres forrados de cuero y guarnecidos de hierro, todos sus tesoros de joyas valiosas y preciadas telas. No era bien dejar todo esto en Aragón.

Pasó un día y otro día, y las gentes esperaban con impaciencia poder contemplar de nuevo el rostro de Doña Blanca y ver su lucida comitiva, al menos, cuando dejara la corte de los Azagra para continuar su viaje hacia Castilla. Mas el tiempo pasó... y las dueñas y los caballeros que habían acompañado a la infanta aragonesa emprendieron un día su regreso hacia tierras de Aragón; pero a Doña Blanca... ya nadie la vio jamás.

El pueblo, lleno de sorpresa y admiración, empezó a pensar que la joven había muerto llena de tristeza por su doloroso destierro, y que había sido sepultada secretamente en el famoso torreón que había de llevar su nombre en adelante. Mas nadie supo jamás lo sucedido, porque las gentes de la casa de Azagra y los nobles de la ciudad guardaron el secreto cuidadosamente.

Desde entonces, en todo plenilunio estival, cuando los próximos peñascos recogen el eco de la campana que suena la hora de la media noche, las gentes de Albarracín cuentan que se puede ver salir de la Torre de Doña Blanca una sombra clara, como de rayo de luna, a la manera de la figura de una mujer de blancas y holgada vestiduras que va descendiendo lentamente por los escarpes de la roca, como si fueran los peldaños de un palacio encantado, hasta llegar a los huertecillos y luego al río, en cuyos cristales se baña, y desaparece para no ser vista hasta otra noche de plenilunio. Es "La Sombra de Doña Blanca".

 




Era en los últimos años del siglo XV, unos días después de haberse promulgado el decreto de expulsión de los judíos, que obligó a salir de Albarracín a más de cien familias que habitaban el barrio que rodea la Torre de Doña Blanca. Allí quedaron sus casas desiertas y abandonadas.

Una noche del plenilunio del mes de Julio, frente a la desierta judería, en las vertientes de las montañas del otro lado del río, un joven pastor cuidaba un rebaño del señor de Santa Croche. Sentado en un escarpe de las rocas contemplaba la ciudad dormida y bañada por los rayos de luna, que se quebraban en el castillo, en los muros y en el caserío, formando con las sombras figuras como de seres gigantes y misteriosos. A sus pies serpenteaba el río, arrullando con sus murmullos el sueño de la ciudad. Enfrente se erguía la Torre de Doña Blanca. Era la media noche... La campana mayor de la catedral dejó escapar de sus bronces el aleteo tembloroso de sus campanadas... Y el pastor, al conjuro del lugar y de la hora, pudo ver cómo junto a la Torre de Doña Blanca aparecía la figura de una mujer, que, tras desaparecer en estrecha calleja, aparecía de nuevo en el postigo de la muralla, y descendía por leve senda entre las rocas, hasta llegar al río, donde se inclinó ligeramente, como si contemplara su rostro en el espejo de las aguas bruñidas por luz de luna, y luego ascendía la empinada cuesta y se adentraba por las callejas del barrio judío abandonado.

En las primeras horas de la mañana, el pastor llegaba al castillo de Santa Croche e instaba por ver a su señor; mas el señor no se encontraba a la sazón en el castillo, y le recibió su hijo menor, joven apuesto, valeroso y amable. El pastor, lleno de emoción, le fue contando todo lo sucedido en la noche, cómo había visto con sus propios ojos descender hasta el río "La Sombra de Doña Blanca".

El joven Heredia sabía muy bien lo que se contaba de la legendaria historia de la infanta sepultada en la torre, y de la sombra que desciende en las noches de luna a bañarse al río... Pero amigo de aventuras y emociones, en la noche del plenilunio del mes siguiente se situó en las mismas rocas desde donde el pastor había visto la misteriosa aparición. Contemplaba también el fantástico aspecto de la ciudad bañada en luces de luna. Sonaron las doce en la campana catedralicia y... volvió a descender la figura de la mujer hasta el río. Lleno de asombro, pero audaz y atrevido, descendió el joven al cauce del río y lo atravesó sigilosamente. Oculto por los árboles y sauces que pueblan la margen, se acercó hasta el lugar donde la misteriosa mujer se inclinaba sobre la corriente. Pero la joven, al oír tras si los pasos, se erguió resuelta, sacando de las aguas una pequeña ánfora. El atrevido Heredia, lleno de estupor y sin acercarse más, le dijo:

- ¿Quién eres?
- ¡La Sombra de Doña Blanca!,- contestó la joven. Y sin más emprendió veloz huida por el angosto y empinado sendero entre las rocas, hasta llegar al postigo del muro, por donde penetró en la ciudad, desapareciendo...

No sabía qué pensar el joven hijo de los señores de Santa Croche. Contra su anterior convencimiento, "La Sombra de Doña Blanca" tenía realidad encarnada en una joven grácil, de tez morena y ojos que brillaban al reflejo de un rayo de luna.

Pocos meses más tarde, una joven de estirpe judía era capturada junto a la Torre de Doña Blanca cuando se disponía, a la media noche, a salir por el postigo y descender al río. La ronda nocturna que hacía la sobrevela por las torres y muros de la ciudad la había sorprendido. Ante el alcaide de las fortalezas de Albarracín, que era el mismo señor de Santa Croche, hubo de comparecer al día siguiente. Y la joven, con los ojos bañados en lágrimas, fue contando su triste historia. Ella era huérfana, de padres judíos, y al decretarse la expulsión no quiso abandonar la humilde casita que la vio nacer, ni la ciudad que amaba, ni las rocas que rodean su barrio, ni el río en que lavaba sus ropas o cogía agua en tiempos más felices. Había resuelto vivir oculta entre las ruinas de las casas abandonadas por los proscritos de su raza. Tomaba el alimento de los huertecillos, y el agua del río, en medio del misterio de la noche... Luego moriría sin que nadie sospechara su existencia...

Y la historia termina diciéndonos que la joven judía fue llevada al castillo de Santa Croche y, tras la necesaria educación cristiana, recibidas las aguas bautismales, llegó a contraer matrimonio con aquel joven Heredia que una noche de plenilunio la sorprendió llenando su cántaro en las orillas del río, bajo el peñón en que se asienta "La Torre de Doña Blanca".

1 comentario:

  1. Precioso, logrado y muy muy trabajado.
    Gracias por tu esfuerzo y FELICIDADES
    WWWWAAAAPPPPAAAAA.
    FELIZ AÑO 2012
    A-JUAN

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